sábado, 3 de diciembre de 2011

"¡Señor Sinatra, no puede tratarme así!"


Los hijos de Frank Sinatra la desprecian, pero los dos tópicos —trepa y rubia tonta— adheridos a su viuda, barbara, son difícilmente compatibles. Una autobiografía relata los modos despóticos y delirios de grandeza del mítico ‘crooner’, convencido incluso de ser capaz de mediar en la guerra del golfo


Esta es una historia de superación: la chica de un pueblo perdido de Misuri que asciende a esos enrarecidos círculos donde los entretenedores se codean con monarcas y políticos dispuestos a relajarse. Como resulta obligado, la protagonista debe superar dolorosas pruebas: un matrimonio juvenil fallido, una etapa turbulenta en Las Vegas como chica de revista, un hijo rebelde, otra boda infeliz con un millonario que además fue brevemente uno de los Hermanos Marx. Cuando irrumpe Frank Sinatra, la existencia de Barbara Blakeley (1926) se hace vertiginosa.

Dos tópicos se han adherido a la figura de Barbara: la trepa y la rubia tonta. Esos estereotipos son incompatibles. Y desde luego, no se manifiestan en Lady Blue Eyes: my life with Frank Sinatra, el libro que ella ha publicado este año. Buena parte del texto está consagrado a la convivencia con Zeppo Marx, el hermano más joven que se alejó de los escenarios y se hizo rico con inventos mecánicos.

Cuando se casaron (1959), ella tenía 32 años; Zeppo, 58... y muchas manías. Medio sordo, toleraba mal la presencia de niños. Se reconocía viciado con el juego: alardeaba de haber perdido seis millones de dólares en una noche desafortunada. Sin embargo, era tacaño y enormemente celoso, aunque él sí se permitía juergas: Barbara cuenta una visita por sorpresa a su yate, donde se encuentra una fiesta a todo tren y una señorita en biquini que se presenta como la anfitriona.

AMAR EN EL MEDITERRÁNEO

Barbara no se plantea problemas morales cuando llega la tentación. Frank es vecino en Palm Springs, la corteja con insistencia y, demonios, ¡es Sinatra! Sabe hacer las cosas: están de vacaciones en Montecarlo y suben a su suite. Grandes vistas, decoración rococó, música clásica de fondo: "Frank sirvió champán y brindamos por nosotros. Dejamos las copas, nos acercamos y él me envolvió en el abrazo más tierno. Unas horas más tarde, mirábamos cómo el amanecer se colaba a través de las ventanas y nos apretamos aún más...".

Aunque técnicamente es un adulterio, toda la high society acepta la relación. Solo Groucho Marx se atreve a encararse con Sinatra: "¡No necesitas a Barbara, deja que vuelva con Zeppo!". Frank se calla, algo inhabitual. Barbara ha visto en directo su ira. Estrella los platos de los restaurantes si la comida no está a su gusto, abronca a los colaboradores por cualquier despiste. No tolera a las mujeres que aguantan mal la bebida, pero él mismo es un peligro cuando se emborracha, "un caso de Dr. Jekill y Mr. Hyde". Arremete contra todos, y la propia Barbara aprende a refugiarse en casas ajenas cuando se pone amenazador.

Frank regala espléndidas joyas ("tenía buen ojo para las piedras"), pero el romanticismo no basta a según qué edad. En 1976, Barbara tiene que romper con él para lograr que dé el gran paso: "O nos casamos, o me pierdes". Él acepta con modales de buey testarudo: se niega a verbalizar una propuesta de matrimonio y su oferta final consiste en dejar caer un anillo de compromiso en una copa de champán.

Para entonces, Barbara ya conoce la trastienda. Ha estado a su lado durante los dos años de su retiro y entiende que quiera volver a los escenarios. Aunque en gira, Frank puede ser una pesadilla. De visita a Australia, logra poner al país entero en su contra: le montan una huelga y consigue escapar a las bravas; su piloto despega ignorando las ordenes de la torre de control de Sidney.

'JET-SET' DE DICTADORES

A su debido tiempo, Barbara averigua una posible razón de sus arrebatos: Sinatra se marea en los coches y le atormenta cualquier desplazamiento que dure más de 15 minutos. Uno sufre cuando Barbara tiene que pastorearle hasta una recepción en la Costa Azul, con invitados como Juan Carlos I. Frank llega hasta la finca... y se vuelve sin bajarse. Barbara debe explicar que Frank, uh, tiene una migraña. Por cierto, Barbara relata otro encuentro en Mónaco: la madre del Rey de España, que solo habla de su hijo.

Frank tiene fantasías de grandeza. Cuando se pasa a los republicanos, espera conseguir el puesto de embajador estadounidense en Roma. Pero Richard Nixon está herido en el ala por el caso Watergate y ni soñar con sacar adelante ese disparate. Así que Frank se convierte en una especie de diplomático volante. Se entiende bien con los tiranos: actúa en Irán y el sah corresponde enviando regularmente kilos de caviar gris. En Egipto le contrata el presidente Anuar el Sadat: quiere que cante para su esposa. Allí ocurre un incidente que les debería haber prevenido contra los espejismos al estilo del mariscal Potemkin: Barbara sube sobre un camello que se desboca por el desierto hasta que el bicho decide parar. Frank le suelta todo tipo de inconveniencias al camellero. Este se indigna. Se quita los ropajes. Es un estadounidense con la cara pintada, disfrazado para protegerlos, y ha entendido el chorreo: "¡Señor Sinatra, no puede tratarme así!".

Lo hemos visto con demasiadas estrellas del rock como para que ahora nos sorprenda: Sinatra llega a creerse que puede arreglar el mundo con su toque mágico. En 1990 intenta parar la primera guerra del Golfo con sendas cartas a Sadam Husein y George Bush. Se queda muy asombrado de que solo Bush le conteste, con un mensaje protocolario. Sinatra está acostumbrado a tener el Gobierno federal a su entera disposición durante la era Reagan. Por cierto, Barbara se malicia de tantas atenciones: decide que, seguramente, Nancy Reagan anda colgada de Frank. A ver cómo se explican tantas invitaciones a reuniones en la Casa Blanca y tanta llamada de medianoche: "Creo que Frank prefirió ser su psicólogo en vez de su amigo íntimo".

SEXO, MAFIA Y ¿DROGAS?

Para las infidelidades, Barbara asume el consejo de una sabia vecina: "Sé agradable, sé dulce, sé adorable, pero mira hacia otro lado". No hay detalles, pero la viuda divide a las competidoras en tres categorías: las seductoras, las acosadoras y las simplemente locas. Estas últimas contribuyen a la paranoia de los Sinatra: ambos salen armados de casa.

Respecto a las acusaciones de relaciones impropias con la mafia, Barbara recuerda una evidencia: para alguien que comenzó en el negocio musical en los años treinta -y que luego frecuentaría Las Vegas- era inevitable al menos rozarse con los "chicos listos". Según Barbara, ella se esfuerza en mantenerlos alejados. Sin embargo, evoca una noche en Nueva York cuando entiende algo de la cambiante dinámica entre Frank y los mafiosos: son ellos los que desean rendir pleitesía al cantante emblemático, y eso incluye saludar respetuosamente a su última esposa.

Repudiando esa leyenda urbana que retrata a Sinatra como un oso hormiguero para la cocaína, Barbara asegura que se mantuvo distante de las drogas duras tras ver cómo destrozaron a su cantante favorita, Billie Holiday. Su principal adicción es el tabaco: fuma Camel sin filtro hasta el último día. De hecho, es enterrado con una cajetilla y un encendedor Zippo, como si no se fiara de los estancos del Más Allá.

EL CLUB DE BEBEDORES

Lady Blue Eyes: my life with Frank Sinatra no ganará ningún premio a la mejor biografía: básicamente, Barbara va enhebrando anécdotas. La redactora, Wendy Holden, tampoco se ha deslomado organizando la historia o chequeando los datos.

Lo que sí tenemos es, por ejemplo, una visión desoladora del estilo de vida de los millonarios en Palm Springs. Un carrusel de golf, tenis, caballos, partidas de cartas y, cómo no, alcohol. Frank establece categorías entre sus amigos. Están los que pueden beber cuando cae la noche pero se retiran pronto: Bing Crosby, Tony Bennett, Fred Astaire, Henry Ford. Y quedan los campeones del levantamiento de vidrios: Orson Welles, Robert Mitchum, John Wayne. Esos son los buenos, los que pueden aguantar hasta que amanece.

No debe extrañarnos que estos lagartos del desierto -Palm Springs puede ser un infierno- intenten hacerse perdonar mediante un calendario de cenas benéficas y competiciones caritativas. La idea de esforzarse en crear buen cine o grandes discos termina resultando una broma para un Frank Sinatra blindado por un séquito de sicofantes, correveidiles y siervos.

LA PACIENCIA ES RECOMPENSADA

Así se desemboca en su famosa exigencia de "una toma": lo máximo que concede a un director para cada escena en la que intervenga, lo que efectivamente le expulsa del mundo del cine. Así se van espaciando los discos, hasta terminar en el horror de los duets. A la vez, es capaz de sacrificarse en grandes palizas: contratado para cantar en Japón, viaja con su avión y vuelve la misma noche. Sin dejar de beber "lo correcto", que es Jack Daniel's, nos informa Barbara; los problemas comienzan cuando pasa a la ginebra.

El secreto del aguante de Barbara reside en su habilidad para leer sus estados mentales. Sabe desaparecer y manifestarse de nuevo para ejercer de consejera, psiquiatra, amante. Intuye su inseguridad esencial, esa aspiración a "tener clase". Antigua modelo, ella es experta en esos asuntos: está atendida por un ejército de peluqueros, manicuras, maquilladoras, entrenadores personales. La apoyan las esposas de sus amigos, contentas de que alguien sea capaz de domar al gran calavera.

Sencillamente, Barbara sobrevive a casi todo el Rat Pack. Según fallecen los fiesteros, ella impone sus reglas. Vuelven a Los Ángeles, se encastillan y ella decide quién puede o no ver a Frank... y hasta sus hijos pasan por ese filtro. Es su pequeña venganza. No está mal para una chica nacida en Bosworth (Misuri), 400 habitantes.

REBELIÓN CONTRA LA MADRASTRA

Para los hijos de Frank Sinatra -Tina, Frank Jr. y Nancy, en la imagen-, Barbara era una 'gold-digger', una buscadora de fortunas. Opinión compartida por parte del clan de Frank. La mañana del 11 de julio de 1976, unas horas antes de la boda, Mickey Rudin, el brazo legal de Sinatra, presentó por sorpresa un acuerdo prematrimonial. Nada sabemos de los detalles, pero ella firmó con los dientes apretados. Con todo, el matrimonio se sostuvo hasta el final; el testamento revela que, aunque Barbara no se llevó la parte del león, sus necesidades quedaron cubiertas. Su revancha consiste en ignorar a sus principales rivales: en 'Lady Blue Eyes' no hay una sola mención de Tina o Nancy Sinatra. Como si no hubieran existido. Pero ellas ganaron esa guerra: controlan los negocios del difunto, que 13 años después de su muerte generan millones de dólares al año.

CUESTIÓN DE PELUQUINES

Con pocas excepciones, Frank despreciaba a los periodistas. Cuando ya no procedían palizas e insultos, recurría a los tribunales: al saber que Kitty Kelley planeaba su biografía no autorizada, la demandó. No era sutil: enterado de que Barbara Walters acudiría a una fiesta de Kissinger en su honor, obligó al "querido Henry" a retirar la invitación a la entrevistadora de TV. Barbara Sinatra mantiene esa antipatía. En 'The New York Times' ha acusado a Gay Talese de inventarse detalles en su famoso 'Frank Sinatra está resfriado': Gay mentía al afirmar que una mujer cuidaba los tupés de Frank; siempre contrataba hombres para tan delicada labor. Talese tronó airado: cuando él escribió su reportaje (1966), Barbara no estaba allí; recuerda nítidamente a la dama que presumía de mimar los 60 peluquines de Sinatra.

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