sábado, 3 de diciembre de 2011

Hundió la música y ahora quiere salvarla


En 'La red social' fue retratado como el malo de la película. Antes de cofundar Facebook, Sean Parker trajo la ruina a las discográficas con Napster, el primer sistema de descargas ilegales. Hoy quiere limpiar su imagen lanzando Spotify en EE UU


"Un millón de dólares no es guay. ¿Sabes qué es guay? ¡Mil millones de dólares!". Esta podría ser la frase más célebre de Sean Parker, el hombre que con 19 años puso la industria musical patas arriba con Napster -el primer sistema global de intercambio de archivos mp3-, antiguo presidente de Facebook y uno de los principales responsables del desembarco de Spotify en EE UU. El problema es que la frase en cuestión jamás salió de su boca. La escribió Aaron Sorkin para que la soltara Justin Timberlake en su papel de Sean Parker en La red social, el filme dirigido por David Fincher sobre el nacimiento de Facebook.

El retrato que de él firmó el guionista de El ala oeste de la Casa Blanca, quien lo presenta como un vividor con tendencia a la hipérbole y la manipulación, fue la gota que colmó el vaso. Parker dio un paso el frente. Debía restituir su imagen. Después de un pase privado de la cinta -que terminó con gritos, insultos y butacas destrozadas-, desoyó a sus más allegados, que le aconsejaban que tomara medidas legales contra Sorkin, y decidió emprender él solo una campaña mediática para convencer a la opinión pública de que seguía siendo el milmillonario más guay.

Durante una década, Parker, de 31 años, había sido ese hacker con buen olfato para las ideas con potencial revolucionario sobre el que circulaban infinidad de rumores sobre excesos, reuniones canceladas por resaca y novias trofeo. Este chaval de Virginia que jamás fue a la universidad era la estrella que Palo Alto (California) necesitaba producir para convencernos de que la tecnología era el nuevo rock and roll.

Él era ese genio de Silicon Valley que jamás saldría en la lista de los peor vestidos de ninguna revista de moda. Un retrato maléfico en una película de éxito no podía acabar con diez de construcción del personaje. "Siento que la prensa me presiona para que colme las expectativas creadas en el filme. Incluso si organizo una pequeña reunión, la gente cree que aquello va a ser un fiestón salvaje", declaraba al salir de una fiesta de disfraces a la cual había acudido junto a la que es actualmente su esposa, Alexandra Lenas. Él, vestido de Justin Timberlake. Ella, de Britney Spears.

Empezó a conceder entrevistas y a pasearse por los platós. Almorzó con el Financial Times y salió en portada de Vanity Fair. Los primeros le retrataron como un bon vivant con tendencias psicóticas, capaz de pasarse horas hablando de la morfología del menisco -para justificar una lesión en la rodilla que sirvió para cancelar la primera cita con la publicación-, de las virtudes de la uva nebbiolo o del sabor de la trucha ahumada servida en el restaurante de Manhattan con dos estrellas Michelin donde tuvo lugar la comida y del que Parker es habitual, hasta el punto de que el servicio sabe que es alérgico a los frutos secos.

Los segundos trataron de ahondar en sus turbulentos orígenes y lo único que sacaron fue un relato de tintes mitológicos sobre su arresto por parte del FBI. Aún estando en la escuela, el chico burló el sistema de seguridad de varias webs, de las que no pudo salir porque su padre, enfadado por sus malas notas, entró en ese momento en su habitación y le tiró el teclado por la ventana. Detectaron su IP y fueron a buscarlo a clase, en una escena que parece sacada del filme Juegos de guerra. Nada tampoco sobre su detención por posesión de cocaína durante unas vacaciones en Carolina del Norte, que propició su salida del organigrama de Facebook -sus allegados aún afirman que fue la excusa que buscaban los inversores para deshacerse de él-, ni sobre sus donaciones a favor de su campaña para legalizar la marihuana en California, ni sobre sus pleitos con Metallica y la industria del disco.

En vez de un rebelde y un visionario, Parker parecía otro joven millonario malcriado. Un día, el New York Post le acusaba de darle una propina de solo cinco dólares a alguien en una discoteca. Al poco, él aparecía dándole una de 5.000 a una camarera en una coctelería de San Francisco. Si montaba una fiesta en Hollywood, era eclipsado por Mark Zuckerbeg, junto al que se le vio a mediados de octubre -ambos en un considerable estado de embriaguez- discutiendo acaloradamente sobre si los usuarios de Spotify en EE UU deberían estar obligados a acceder a través de su cuenta de Facebook.

Cuando se le veía en el festival Coachella, no era rodeado de bandas alternativas, sino en el backstage agasajando a actores con cuencos de caviar. En vez de un submarino rebelde en un mundo de millonarios, se había convertido en el accesorio preferido de las celebridades. Estaba instalado en pleno eje del mal. Incluso se había hecho íntimo de la esposa de Sting y del tipo que descubrió a Justin Bieber. Todo parecía indicar que aquella frase del filme, que jamás dijo pero por la que siempre se le recordará, no era del todo cierta: tener mil millones, o al menos lo que hacía Parker con ellos, ya no es guay.

Los ricos de Silicon Valley también lloran

La fortuna de Sean Parker se calcula en 2.100 millones de dólares. Posee una mansión en el Greenwich Village valorada en 20 millones. Cuenta con el 4% (500 millones de dólares, aproximadamente) de Facebook y los derechos para Spotify en EE UU, donde ha desembarcado este verano. Junto a Shawn Fanning, el creador de Napster, acaba de lanzar Airtime, una red social que promete ser una versión mejorada del célebre Chatroulette, y es socio director de la empresa de inversiones Founders Fund. "Realmente, creo que Sean va a arrancar, al menos, cinco empresas millonarias y revolucionarias más antes de retirarse", comentaba Ron Conway, amigo de Parker y acaso el 'business angel' más célebre de Silicon Valley. Pero la suerte de Parker parece haberse esfumado. Cuando el movimiento Ocupa Wall Street empezó a tomar las plazas y las calles de EE UU, Parker ocupaba la portada de la revista 'Forbes'. Inmediatamente, se convirtió en objeto de ira del segmento de la población al que más anhelaba caerle bien. "Realmente, me estáis atacando por pertenecer a ese 1%", escribía en su recién estrenada cuenta de Twitter (su primer mensaje en esta red social fue de irónicas disculpas a Zuckerberg). Y seguía con otro tuit: "Pues tengo toda una nueva colección de problemas con los que lidiar: seguridad, intentos de extorsión, amenazas de secuestro y de muerte... ¿Era mejor mi vida antes?".

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